Decir que “sí” a todo es algo frecuente en nuestra sociedad. Nos educan desde niños a agradar a los demás, a mostrarnos amables y complacientes. En las empresas esperan que estemos siempre disponibles, orientados a suplir las necesidades no sólo del cliente, sino de nuestros compañeros y jefes.
Así que decimos que «sí» de forma automática para:
- Agradar a los demás
- Pretender ser perfectos
- Sentir que nos esforzamos (la vida es dura, es un esfuerzo constante)
- Hacernos los fuertes (expresar el descontento con la situación no está permitido, al contrario puede ser penalizado)
Al decir siempre que “sí” creemos que ganamos en aprecio, aceptación y reconocimiento ante los demás.
Pero, ¿qué perdemos?¿ A qué precio?
– Perdemos el contacto con nuestras necesidades reales y, como consecuencia, al no saciarlas crece la insatisfacción en nuestras vidas.
– Perdemos el cumplimiento de nuestras promesas. Al decir que sí a todo corremos el riesgo de no tener el tiempo y la energía para cumplir con todo lo que nos comprometemos. Generalmente acabamos incumpliendo nuestra palabra con las personas con quienes tenemos más confianza, las personas que más nos importan.
– Perdemos relaciones. La consecuencia del punto anterior es el deterioro de nuestras relaciones más preciadas.
– Perdemos la simpatía y el cariño que sentimos por las personas que nos piden favores.
– Perdemos dignidad. Como lo expone Rafael Echeverría en Ontología del Lenguaje ¨Cada vez que consideramos decir que “no” y no lo digamos, veremos nuestra dignidad comprometida.¨
Decir que «no» se aprende, para aprender hay que enfocar nuestra atención. Si piensas que aprender a decir que “no” es una asignatura que tienes pendiente mira este vídeo.
Cita:
Gabriel García Márquez
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